jueves, 24 de septiembre de 2009

Algunas de la fraces de la saga

Bella, yo no puedo vivir en un mundo donde tú no existas.

Estaba totalmente segura de tres cosas. Primera, Edward era unvampiro. Segunda, una parte de él, y no sabía lo potente que podía seresa parte, tenía sed de mi sangre. Y terera, estaba incondicional eirrevocablemente enamorada de él.

-No necesito el cielo si tú no puedes ir a él.

-“Muerte, que has sorbido la miel de sus labios, no tienespoder sobre su belleza” –murmuró y reconocí el verso que declarabaRomeo en la tumba.

Entonces le vi, y los últimos siete meses desaparecieron.Incluso sus palabras en el bosque perdieron significado. No importabacuánto tiempo pudiera llegar a vivir; jamás podría querer a otro.

-Si todo pereciera y él se salvara, yo podría seguirexistiendo; y si todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, eluniverso entero se convertiría en un desconocido totalmente extrañopara mí.

-Bella –sus dedos recorrieron con ligereza el contorno de mislabios-. Yo voy a estar contigo…, ¿no basta con eso? Edward puso lasyemas de los dedos sobre mis labios, que esbozaron una sonrisa. -Bastapor ahora. Le acaricié el rostro y dije: -Mira, te quiero más que nadaen el mundo. ¿No te basta eso? -Sí, es suficiente –contestó,sonriendo-. Suficiente para siempre.

¡Lucha!, gritó Edward. ¡Maldita sea, Bella, sigue luchando! ¿Por qué?Ya no quería seguir peleando. Y no eran ni el mareo ni el frío ni elfallo de mis brazos debido al agotamiento muscular los que me hacíanresignarme a quedarme donde estaba. No. Me sentía casi feliz de quetodo estuviera a punto de acabar. Le estaba viendo a él, y no tenía ya voluntad de luchar. Su imagen era vívida, mucho más definida que cualquier recuerdo. ¡No! ¡Bella, no!Su voz sonaba más clara que nunca a pesar de que el agua helada mellenaba los oídos. Ya había olvidado en qué consistía la auténticafelicidad. Felicidad. Hacía que la experiencia de morir fuese más quesoportable. Adiós. Te amo, fue mi último pensamiento.

Cuando la vida te ofrece un sueño que supera con crecescualquiera de tus expectativas, no es razonable lamentarse de suconclusión.

Bastaba con que creyera que él existía para que yo pudieravivir. Podría soportar todo lo demás mientras supiera que existíaEdward.

-No estaba dispuesto a vivir sin ti –puso los ojos en blanco cono si eso resultara algo evidente hasta para un niño.

-Él es como una droga para ti –Jake habló con voz pausada yamable, sin atisbo de crítica-. Ahora veo que no eres capaz de vivirsin él. Es demaciado tarde, pero yo hubiera sido más saludable para ti,nada de drogas, sino el aire, el sol. Las comisuras de mis labios sealzaron cuando esbocé una media sonriza. -Acostumbraba a pensar en tide ese modo, ya sabes, como el sol, mi propio sol. Tu luz compensabasobradamente mis sombras. Él suspiró. -Soy capaz de manejar lassombras, pero no luchar contra un eclipse.

Como si nunca hubiese existido, pensé condesesperación. ¡Cómo había sido capaz de hacer una afirmación tanestúpida y tan absurda! Podía haber robado mis fotos y haberse llevadosus regalos, pero aun así, nunca podría devolver las cosas al mismolugar donde habían estado antes de que le conociera. La evidenciafísica era la parte más significativa de la ecuación. Yo habíacambiado, mi interior se había alterado hasta el punto de no serreconocible. Incluso mi exterior parecía distinto. Como si nunca hubiese existido. Menuda locura. Aquélla fue una promesa que él no podía mantener, una promesa que se rompió tan pronto como la hizo.

Era una forma muy dura de vivir: prohibiéndome recordar y aterrorizasa por el olvido.

-Hay algo… extraño en cómo estáis juntos –murmuró ella, con lafrente fruncida sobre sus ojos preocupados-. Te mira de una manera…tan… protectora. Es como si estuviera dispuesto a interponerse delantede una bala para salvarte o algo parecido. -Y no es sólo él –apretó loslabios en un ademán defensivo -. Me gustaría que vieras la manera enque te mueves a su alrededor. -La manera en que andas, como si él fuerael centro del mundo para ti y ni siquiera te dieras cuenta. Cuando élse desplaza, aunque sea sólo un poco, tú ajustas automáticamente tuposición a la suya. Es como si fuerais imanes, o la fuerza de lagravedad. Eres su satélite… o algo así. Nunca había visto nada igual.

Había roto mis propias reglas. Me había acercado a losrecuerdos, había ido a su encuentro, en vez de rehuirlos. Me sentíademaciado viva, y eso me asustaba. Pero la emoción más fuerte que enestos momentos recorría mi cuerpo era el alivio, un alivio que surgíade lo más profundo de mi ser. A pesasar de lo mucho que pugnaba por nopensar en él, sin embargo, tampoco intentaba olvidarle. De noche, aúltima hora, cuando el agotamiento por la falta de sueño derribaba misdefensas, me preocupaba el hecho de que todo pareciera estardesvaneciéndose, que mi mente fuera al final un colador incapaz derecordar el tono exacto del color de sus ojos, la sensación de su pielfría o la textura de su voz. No podía pensar en todo esto, pero debíarecordarlo.

Aquel sitio no tenía nada de especial sin él.

Quizás algún día, dentro de unos años, si el dolor disminuíahasta el punto de ser soportable, me sentiría capaz de volver la vistaatrás hacia esos pocos meses que siempre consideraría los mejores de mivida. Y ese día, estaba segura de que me sentiría agradecida por todoaquel tiempo que me había dado, más de lo que yo había pedido y más delo que me merecía.

Supe que era demaciado tarde cuando el reloj comenzó a dar lahora y sus campanadas hicieron vibrar el enlosado que pisaban mis pies–demasiado lentos-. Entonces me alegré de que más de un vampiro ávidode sangre me estuviera esperando por los alrededores. Si esto salíamal, a mí ya no me quedarían deseos de seguir viviendo.

-Será como si nunca hubiese existido.

Yo era una luna perdida –una luna cuyo planeta había resultadodestruido, que, sin embargo, había ignorado las leyes de la gravedadpara seguir orbitando alrededor del espacio vacío que había quedadotras el desastre.

-Entonces, ¿no hay esperanza? -susurró Carlisle. La voz nodelataba miedo alguno, sólo resolución y resignación. -Siempre hayesperanza -contesté en voz baja. Eso podría ser verdad, dijepara mis adentros-. Sólo conozco mi propio destino. Edward me tomó dela mano, sabedor de que estaba incluido en él. No hacía falta precisarque me refería a los os cuando hablaba de “mi destino”. Nosotros éramosdos partes de un tido.

-Bella –susurró Alice-, Edward no va a volver a llamar. Ha creído a Rosalie. Se va a Italia.

Con el corazón en un puño, observé cómo se aprestaba adefenderme. Su intensa concentración no mostraba ni rastro de duda, apesar de que le superaban en número.

-Se comportó como un necio al pensar que podrías sobrevivirsola. Nunca he conocida a nadie tan dispuesto a jugarse la vidaestúpidamente.

-Todo esto parecía La noche de los muertos vivientes.Todavía la oigo gritar en sueños… >>Hay veces que veo algo en susojos y me pregunto si alguna vez he llegado a darme cuenta de cuántodolor siente en realidad. No es normal, Alice y… y me asusta. No escomo si alguien la hubiera dejado, sino como si alguien hubiera muerto.

Fuera lo que fuera lo que hubiese ocurrido esa noche, tanto sila responsabilidad era de los zombis, de la adrenalina o de lasalucinaciones, lo cierto es que me había despertado.

Con todas mis fuerzas intenté no pensar en lo irónico de lasituación, pues era una pura ironía que, al final, hubiera terminadoconvirtiéndome en una zombi.

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